martes, 5 de agosto de 2008

Sobre algo que debería importarme.

Así que pausa.
El viernes fue el día que concreté la cita con el demonio.
Me comentaba en el coche como lo insulso vence a lo sulso en algún reino llamado Dacota.
Nos reíamos de las canciones de la radio en otros idiomas. Confesó que los inventó el, y que por ello tantos millares de estudiantes, estudiantas y hamsters que no diferencian el finlandés y el japonés dicho alrevés le odiaban. Complejos es la palabra que utilizó.
Aparcamos al final de una autopista sin fín, es curioso, también me dijo algo sobre que no tenía principio, y no recordaba como llegué hasta ahí.
Le eché la culpa a las cervezas.
Mientras tanto la voluntad intenta retrasar las manecillas del reloj.
Y la cita acabó.
-Es la hora.
-¿Tan pronto?
-Muchas personas han muerto desde que estamos aquí
-¿Tienes que ir a por sus almas?
-No, hoy vengo a por la tuya. Quedamos para eso, ¿no lo recuerdas?
-¿Como decías que había llegado hasta aquí?
Nos sonreímos y me dió la mano.

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Hijo de perra, quemaba.

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-Me has caído bien. Te concedo unos minutos más de reflexión.

Mis últimos minutos para pensar.
¿Pensar en qué?
Intenté hacer un recuento de lo pensado hasta ahora.
Creo que lo he pensado todo.
He pensado en helados derretidos goteando en aceras de Dacota, en policías con la corbata mal puesta, en la reproducción del grillo, en lo que comen los grillos, en el habitat de los grillos, en que me gustan los grillos y en el porque de algo así.
En reacciones nucleares en centrales nucleares. En las reacciones nucleares de todas las chicas del mundo. En las reacciones nucleares en los pantalones de todos los chicos del mundo al verlas.

Si.

Lo he pensado todo.

Perdamos el tiempo entonces.

Pensemos pues en como.

Podría inventar como el hombre de la mirada embustera se llevaba a la chica con palabras bonitas. Podría inventar como una ola me ahogaba y me arrastraba hasta el alma del mundo.

Pero inventé que la cita no terminaba.
Y allí estábamos. El demonio y yo en Dacota, montados en un coche por una autopista sin fin, viendo a lo insulso vencer a lo sulso, riéndonos de los idiomas, de la ignorancia de estudiantes, estudiantas y hamsters que no saben diferenciar el finlandés y el japonés dicho alrevés.
Inventé que las cervezas no se acababan y que no se sentían tristes después de echarles las culpa por lo de la autopista.
Pero al final lloraron.

2 comentarios:

  1. Soy al que menos le gusta esta mierda, y al que más le gusta vomitarla.
    El vomitar es involuntario.
    La culpa a las cervezas.

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