Un papel en blanco es el que precede a este relato, como las ideas que se tienen sobre el mismo, blancas, casi transparentes, prácticamente invisibles.
No hay ideas. Olvida lo pensado. Olvidar lo pensado es fácil cuando lo pensado no existe, es tan fácil como sonreirle los cumplidos a la luna cuando te ve solo, mientras piensas "hijaputa". Sonrisas hipócritas pues, una hipocresía casi como la del nombrado pensamiento: blanco, transparente e invisible.
No es por tanto en creencias ni en los ya mencionados pensamientos sobre lo que se basa esto. La tinta de mi bolígrafo se tornaría ácido si supiera lo que pienso de ella, son las emociones las que te suplican con voz de sirena de película porno que des el paso al borde de un precipicio.
Son ellas las que disfrutan de la caída, una buena vista antes de una rápida muerte.
Pequeñas e indoloras muertes.
Grandes e indoloras muertes.
Dolorosas muertes.
Muertes al fin y al cabo.
¿Y no mueres cada día con cada amanecer?
Es el desengaño que te produce un infarto. Es el desengaño que llama a tu puerta ataviado de punta en blanco, susurrandote tranquilidad mientras te grita "¡Desconcierto!"
con ojos del vendedor de seguros en un hogar del jubilado. Del lobo en el matadero. Del cazador que encuentra a una presa.
Amantes del embuste, hoy me e vuelto a enamorar.
Es en el amanecer cuando tu muerte vive. Eres humano: Duele, ¿verdad?
Los quehaceres, los amores vanales, responsabilidades y sonrisas hipócritas tanto como pensamientos hipócritas, te esperan en un abrir de ojos.
Y es que ya está entrenado. Y es que es sabido por todos. Y es que ¡joder!, ¿donde venden candados para cerrarlos?
Con los rayos del sol no solo se calienta tu piel, sino tu alma. Un alma sin gafas de sol, vulnerable en la misma medida que un raton extraviado en el parque de atracciones de los Aristogatos. Primero, seguro, se jugará con él.
Por fín llega el atardecer que precede a la noche de la que no se hablará en este texto, y jode tanto como el amanecer, cuando te das cuenta que no eres más que la moneda de cambio, no eres más que carne de cañon en una guerra de gigantes.
Sale el sol, te mira desde lo más alto y te dice : "Ven conmigo, yo te ofrezco la seguridad de una vida sobria de pasiones y aguas tranquilas de deseos satisfechos."
Y tú, agarrandote el alma abrasada para que no huya, le respondes: " pero falta algo muy importante..."
Y te corta la luna, el ejército de plata que con su luz sagrada te sana el alma, pero te congela el cerebro.
Y te promete: " Ven conmigo, la imaginación cabalgará a lomos del desenfreno, el arte sera su escudero y los deseos tu Tierra desconocida."
Y tú, inventando una manta eléctrica para el cerebro, le respondes: "¡Pero falta lo más importante!"
Ambos se miran extrañados.
Y la emoción te suplica de nuevo que des el paso en el precipicio.
Son ellas las que disfrutan de la vista.
Son ellas las que se ríen de tu muerte.
Una pequeña e indolora muerte.
Una gran e indolora muerte.
Una dolorsa muerte.
Tu muerte.
Y como cada día, después de este concierto vomitas un :"Qué puta es la vida". Deseas un: "Que se acabe todo". Rezas: " ¿Donde esa mi vida de anoche?"
De repente recuperas la memoria, ya sabes dónde la has dejado.
Está nadando en los charcos de alcohol del suelo, se desangra pr los cristales rotos de una botella que corrió mejor suerte que tú.
Se escapa por una ventana que abriste para que pudiese huir. Y finalmente, muere porque no le diste las alas para poder saltar.
Y otra vez ese concierto.
Vomitas un: "Qué puta es la vida", como todos los días. Y en tu cara se dibuja una sonrisa etrusca.
domingo, 27 de julio de 2008
Sobre las estrellas
Y porfin el despertar de una parte de ti que creías dormida, espectacular, mucho más de lo que habías imaginado mirando aquel cielo teñido por la sangre que sudaban las estrellas que sufrían la perdida de una razón para existir, ya no eran amadas ni admiradas, sino esquivadas por las miradas de corazones ausentes que vivían tristes por morir,sin saber que para ellos era lo triste vivir.
En cualquier caso, eso ya no ocupaba tu mente, tu volvías a quererlas, y era lo que importaba.
La ciudad, TU ciudad, la ciudad de nadie, se transformaba, convirtiendo lo típico de las ciudades (perros, casas buzones, amores líquidos y químicos, amores superficiales, desazones varias, incertidumbres, miedos) en lo totalmente contrario, y esa era una salida, TU salida.
Era como la típica extraña salida.
Como tu casa de campo que sólo visitas cuando el veneno de la tejedora inunda tus venas entumeciendo músculos que acabas de descubrir por el dolor.
Como el barco que timoneas, (surcando imparable las nubes, indómito, sin rumbo), en un duermevela que no te corresponde.
Y es que en este nuevo lugar, con lo propio de los nuevos lugares que provienen de ciudades transformadas (antiperros, antidesazones varias...), sientes que las heridas estrellas te acunan en un último esfuerzo antes de desmayarse por el dolor del abandono, y crees que será para siempre, y rezas, y rezas muchísimo para que así sea.
Y corres por sus oscuras calles vigiladas por la nada, empapado en sudor con olor al petróleo que engrasa la máquina del romance filosófico.
Y saltas a la mínima pensando que en cada esquina puede aguardarte algún tipo de monstruo de novela victoriana, creyendo que con dos palabras y un par de copas te harás con su alma para siempre.
Y te odias.
Te odias porque derepente lo que te asalta no es sino la tranquilidad de pensar de que en el mundo real, en algún jodido punto del jodido mundo real algún poeta se está emborrachando, algún oso está merendando carne de leñador despistado y alguien sigue queriendo ser astronauta.
Pero tú no estás.
Y no te importa.
Y no les importa.
Tu ciudad transformada con lo propio de las ciudades transformadas te espera.
Las estrellas te acunan moribundas.
Y tu no estás realmente ni en un lugar ni en el otro.
Naciste sin patria ni bandera, con un mapa roto y una brújula que siempre señalaba al sur.
¿Ciudadano del mundo?
¿De cual de todos?
Queridos reyes magos:
Este año no he sido, ¿me prestáis esa estrella superviviente?
En cualquier caso, eso ya no ocupaba tu mente, tu volvías a quererlas, y era lo que importaba.
La ciudad, TU ciudad, la ciudad de nadie, se transformaba, convirtiendo lo típico de las ciudades (perros, casas buzones, amores líquidos y químicos, amores superficiales, desazones varias, incertidumbres, miedos) en lo totalmente contrario, y esa era una salida, TU salida.
Era como la típica extraña salida.
Como tu casa de campo que sólo visitas cuando el veneno de la tejedora inunda tus venas entumeciendo músculos que acabas de descubrir por el dolor.
Como el barco que timoneas, (surcando imparable las nubes, indómito, sin rumbo), en un duermevela que no te corresponde.
Y es que en este nuevo lugar, con lo propio de los nuevos lugares que provienen de ciudades transformadas (antiperros, antidesazones varias...), sientes que las heridas estrellas te acunan en un último esfuerzo antes de desmayarse por el dolor del abandono, y crees que será para siempre, y rezas, y rezas muchísimo para que así sea.
Y corres por sus oscuras calles vigiladas por la nada, empapado en sudor con olor al petróleo que engrasa la máquina del romance filosófico.
Y saltas a la mínima pensando que en cada esquina puede aguardarte algún tipo de monstruo de novela victoriana, creyendo que con dos palabras y un par de copas te harás con su alma para siempre.
Y te odias.
Te odias porque derepente lo que te asalta no es sino la tranquilidad de pensar de que en el mundo real, en algún jodido punto del jodido mundo real algún poeta se está emborrachando, algún oso está merendando carne de leñador despistado y alguien sigue queriendo ser astronauta.
Pero tú no estás.
Y no te importa.
Y no les importa.
Tu ciudad transformada con lo propio de las ciudades transformadas te espera.
Las estrellas te acunan moribundas.
Y tu no estás realmente ni en un lugar ni en el otro.
Naciste sin patria ni bandera, con un mapa roto y una brújula que siempre señalaba al sur.
¿Ciudadano del mundo?
¿De cual de todos?
Queridos reyes magos:
Este año no he sido, ¿me prestáis esa estrella superviviente?
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